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El maestro testigo de la esperanza

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En estos días nuestro país vive un momento inédito de su historia; el número de muertos, desaparecidos, denuncias de violencia, me hace pensar si entre nosotros pueden nacer nuevas respuestas y propuestas para hacer viable la equidad y la justicia social.

Leo con atención los pronunciamientos, veo los videos de las redes sociales, las manifestaciones de los organismos internacionales, y me pregunto si todo esto realmente nos ha implicado una profunda reflexión para pasar de la protesta a la propuesta, y de la denuncia a la renuncia. En este momento, sí que importa pensar con creatividad y riesgo, no sólo con emociones e indignación, que sin duda son válidas pero no suficientes.

Debemos despertar “la consciencia de ser una comunidad que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos”  (Papa Francisco, Fratelli tutti, 32). 

Muchos han afirmado, por estos días, que en nuestra historia no se ha ganado nada sin la violencia. Será necesario pensar aquella historia invisibilizada o acallada, donde la búsqueda de las comunidades, en verdadero diálogo y conversación reposada, ha construido caminos perserverantes a favor bien común. Muy seguramente podremos encontrar que para construir tal trayectoria, se hace cada vez más necesaria la actitud de la hospitalidad del ‘buen samaritano’ (cf. Lc 10, 25-37).

Tal vez en este momento necesitemos conmovernos profundamente, acercarnos unos a otros, vendarnos las heridas y curarlas con el aceite de la presencia activa y el vino del gozo del encuentro. Hoy en día acoger se nos convierte en imperativo ante la cultura del descarte o del desprecio, como lo indica el Papa Francisco en su carta encíclica Fratelli Tutti:

Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites. En el fondo «no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven” —como los ancianos—. Nos hemos hecho insensibles a cualquier forma de despilfarro, comenzando por el de los alimentos, que es uno de los más vergonzosos» (Papa Francisco, Fratelli tutti, 32).

Jesús propuso esta parábola del ‘buen samaritano’ para responder a la pregunta: ¿Quién es mi prójimo? La palabra “prójimo” en la sociedad de la época de Jesús solía indicar al que es más cercano, próximo. Se entendía que la ayuda debía dirigirse en primer lugar al que pertenece al propio grupo, a la propia raza. “Un samaritano, para algunos judíos de aquella época, era considerado un ser despreciable, impuro, y por lo tanto no se lo incluía dentro de los seres cercanos a quienes se debía ayudar…El judío Jesús transforma completamente este planteamiento: no nos invita a preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos nosotros cercanos, prójimos” (Ayala, 2020).

De este modo,  

desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro. Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros «una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser». Por ello «en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo» (Papa Francisco, Fratelli tutti, 32).

Como dicen los miembros de la Comisión de la Verdad, somos testigos de un “Futuro en tránsito”. Al trabajar con los jóvenes, los educadores y las educadoras nos convertimos en “parteras” de nuevas formas de sociedad, generamos nuevos mundo posibles, somos los encargados de acoger, en el sentido profundo de la palabra, los sueños de estas nuevas generaciones, de acompañarlos en su construcción. 

Por lo cual, me pregunto ¿cómo contribuimos a no repetir nuestra historia de violencia?, ¿cómo rompemos el cículo de violencia fraticida? Escucho a nuestros jóvenes y encuentro en ellos sus miedos pero también sus esperanzas, les hemos dicho con los decanos que “estamos juntos, cuenten con nosotros, no están solos”.

En este caminar como sociedad se refleja la imperfección humana. No basta con la decisión, es necesario el proceso que se da al interior de la persona, que se refleja en la comunidad. Es en las brechas, en los abismos de nuestras vidas, en las zonas inesperadas donde germina la esperanza, cuando la pasión por la vida cobra mayor arraigo. Por eso los educadores y toda la comunidad educativa estamos llamados a ser testigos de la esperanza, a posibilitar en nosotros mismos el decantar de nuestras emociones, a pacificar nuestras narrativas y a proponer nuevos proyectos de sociedad, donde 21 millones de colombianos catalogados como pobres tengan un puesto en la mesa, como hermanos y hermanas que somos.

En la Universidad de La Salle hemos hecho tres invitaciones:

La primera, a escuchar y deliberar las múltiples posiciones que existen en este momento, ante la situación que vive nuestro país. De este modo, la Universidad sigue manteniendo sus procesos académicos, pero también flexibilizándolos ante aquellos que desean manifestarse públicamente. Todos estamos invitados a acoger las múltiples posiciones, sin violencia, con escucha atenta, buscando construir “con el otro” para superar las narrativas “contra el otro”.

Una segunda invitación es consolidarnos como una comunidad de apoyo. No son pocas las emociones de desesperación, desilusión, dolor y rabia que se han sembrado entre nosotros. Somos una red de apoyo, donde nos cuidamos unos a otros, estamos atentos, y nos escuchamos. No sólo ha sido la violencia, ha sido también la pérdida y la muerte por el Covid. Juntos nos alentamos a seguir, a hacer camino, a aportar a la sociedad colombiana.

Y una tercera invitación es a la proposición. Como comunidad académica estamos desarrollando un diálogo institucional para contribuir, en un primer momento, con propuestas que deseamos hacer llegar al Presidente de Colombia. Un diálogo donde busquemos encontrarnos todos: estudiantes, docentes y administrativos de la Universidad; un diálogo que nos posibilite reconocernos como ciudadanos, valorarnos y construir juntos. Agradezco su presencia y apoyo en el desarrollo de esta estrategia comunitaria.

Por último, quiero agradecerles su pasión por educar/trabajar en medio de tantas circunstancias inesperadas e inciertas por las que hemos pasado ya por más de un año. Fortalezcamos la capacidad de seguir inspirando las transformaciones pacíficas, la cultura del encuentro y la capacidad de un conocimiento que contribuya a la equidad y a la justicia social.

Hno. Niky Alexánder Murcia Suárez, FSC
Rector de la Universidad de La Salle


 

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